"La pérdida de familiares no solo significó daños emocionales y morales, sino que también implicó un daño material y patrimonial, en la medida en que muchas de las víctimas fatales eran responsables de asegurar con su trabajo el sustento, en ocasiones el principal para sus familias. Adicionalmente, la ausencia de los bienes y de los medios para asegurar la subsistencia alteró las capacidades para realizar el duelo y prolongó el sufrimiento emocional. Los esfuerzos de familiares que tuvieron que hacerse cargo de los huérfanos, o de viudas que tuvieron que recurrir a variadas alternativas para mantener a sus hijos, pueden considerarse también como daños materiales y patrimoniales derivados de la tragedia".

La memoria de los trágicos hechos del 18 de octubre de 1998 ocurridos en Machuca, expresa el testimonio del dolor que se enseñó en los humildes. El horror de lo vivido por cada persona y familia se tradujo en una serie de daños e impactos emocionales, físicos, morales y patrimoniales de los cuales los sobrevivientes aun no logran recuperarse plenamente.